Se atribuye a la filósofa judía Hannah Arendt la idea de que “no hay pensamientos peligrosos, pensar es, en sí mismo, peligroso”. Esto nos lleva a elegir -voluntariamente- no pensar como fórmula magistral de protección frente a la amenaza de ser delatados. En un mundo dominado por delatores y policías del pensamiento, lo mejor sería darle al interruptor del pensamiento y ponerlo en la posición de apagado.
Por desgracia, ese botón no existe. Nuestro cerebro mantiene una actividad permanente las 24 horas del día (incluso cuando dormimos). La actividad cerebral no desatiende el resto de funciones corporales, la única que se desconecta es la consciencia, si la podemos clasificar como una función corporal. Otros la llamamos Ego, Yo, Personalidad, Alma, …
Nuestro cerebro está diseñado como una extraordinaria herramienta de anticipación. Nos sirve para saber lo que los ojos no ven, lo que nuestro olfato no huele, lo que nuestros oídos no oyen. Sin embargo, al hacerlo comete errores. A medida que envejecemos o perdemos capacidades por razones traumáticas, el cerebro aumenta su nivel de fallos, hasta el punto de llegar a esclavizarnos en una espiral amenazadora que sólo nosotros vemos.
Las posibilidades de disfrutar de una vida plena son inversamente proporcionales a nuestro nivel de ajuste a la realidad y a nuestro grado de ajuste a nuestro entorno social. Nuestra familia, amigos, compañeros, etc. nos mantienen conectados y alerta sobre las cosas importantes que pasan a nuestro alrededor. Cuando nuestra paranoia interior se vuelve más fuerte que nuestro entorno, nos adentramos en el desequilibrio, la demencia, la locura, el ostracismo. Un panorama ya predicho por la frase con la que iniciaba esta entrada de blog.
Para combatir esto, necesitamos encontrar la fórmula mágica que nos permita combinar razonablemente nuestro mundo interior con los juicios sociales de nuestro entorno. En otras palabras, encontrar el equilibrio entre nuestras intuiciones y los consejos que recibimos de “los nuestros” (entendiendo este concepto de forma amplia: familia, tribu, compañeros, conocidos, seguidores, etc.). Cuando logramos esta difícil armonía, nos volvemos útiles para los demás, pudiendo ejercer de buen amigo, excelente cónyuge, mejor persona, gran compañero, irrepetible jefe, etc.
La mala noticia es que este equilibrio consiste en una búsqueda incansable, una búsqueda de un “santo Grial” que se escapa miserablemente tras cada decepción, cada traición, cada desencanto. Creíamos que lo teníamos hasta que pasó algo que nos abrió los ojos. La condición de decepcionados forma parte de nuestra naturaleza humana, porque somos selectivos en nuestra percepción y acabamos dejando de lado las señales equívocas que recibíamos de nuestro Grial. Salimos de un cuento de hadas, caemos en el desencanto, pasamos un duelo, volvemos a buscar y encontramos un nuevo Grial. En esto consiste vivir, la experiencia (o la sabiduría) es la que nos hace acortar los tiempos de las fases malas para disfrutar con más intensidad de las buenas.
Para limitar la duración de las fases malas, podemos compartir experiencias, escribir un diario, alienarnos con drogas o reflexionar (una variante del pensar). Si elegimos esta última opción, sostengo que debemos sacar conclusiones de los errores que cometimos al elegir ese Grial, no los defectos del Grial, sino los nuestros a la hora de considerarlo algo extraordinario y divino. ¿Qué nos llamó la atención? ¿Por qué nos pareció tan extraordinario? ¿Qué es lo que consideramos divino? Las respuestas sinceras a estas preguntas son las que nos hacen progresar y evolucionar hacia lo que debemos ser, ese líder evolutivo de nuestra vida que inspire a otros.
Si lo logramos en nuestro trabajo, disfrutaremos de un estado de “flujo” en el que alcanzaremos grandes resultados sin experimentar cansancio. Si lo logramos en la compañía de los otros, nos convertiremos en un referente, alguien que será convocado a todas las reuniones y cuyas opiniones se tendrán muy en cuenta. Pero si lo logramos en la soledad de nuestra vida interior, alcanzaremos el paraíso ¿o será un nuevo Grial ilusorio? Lo cierto es que nos sentiremos muy a gusto estando en soledad.
Por lo tanto, mi consejo de hoy es que afilemos las herramientas de búsqueda, porque el Grial está ahí afuera, escondido por algún sitio. Gocemos del proceso de búsqueda sin convertirlo en una obsesión, con mente abierta a las experiencias que nos encontremos por el camino, en compañía de aquellos que compartan nuestros ideales y en armonía con aquellos que no aprueben nuestra búsqueda. Sintámonos libres de asociarnos con aquellos que nos han precedido; aunque hayan muerto, muchos de ellos nos han dejado su testimonio por escrito (o en forma de recuerdos significativos), luego leamos y recordemos a los que nos han dejado su huella. Seamos finos a la hora de juzgar, en la vida hay laberintos que nos acercan al objetivo y trampas de las que es muy difícil escapar, merece la pena detenerse a pensar el próximo paso a dar. Disfrutemos con el proceso y no dejemos que uno de los muchos duelos se apodere de nuestra energía de búsqueda. Si sobrevivimos a nuestros temores y mantenemos viva nuestra luz interior, acabaremos por encontrar esa salida que ahora no vemos. Y si no encontramos la salida, que la muerte nos encuentre activos y desafiantes ante el desaliento. Para cuando las fuerzas flojeen, acordémonos de los que desafiaron al mundo con sus ideas porque hicieron uso de su cerebro pese a que “pensar es peligroso”.
Incluir nuevo comentario
Comentarios